la cuestión de la experiencia y su comunicabilidad, de la que ya hablé en otra parte, es trabajada por varios, entre otros por benjamin. toma a la narración como elemento de análisis, como relato de una experiencia -no importa si real o ficticia- que se volvió imposible: los soldados, vueltos del campo de batalla de la 2º guerra, permanecen mudos al tener que contar sus experiencias, como estrellados frente a un muro gigante e infranqueable. bien podemos considerar -estúpidamente- que sus experiencias fueron nulas, o bien que tales experiencias, tan reales y tan verdaderas como fueron, se volvieron imposibles de traducir en palabras o ideas. así sentencia benjamin que la verdadera experiencia es la que no se comunica. ¿sería incorrecto, entonces, suponer que lo que se comunica no es lo verdadero, que no es esa verdad inmanente a toda experiencia vivida; que lo que contamos de nuestras experiencias, pese a la pretensión de transmitir esa verdad en estado puro, no es más que un cuento sobre nosotros mismos, un cuento que incluye, allá a lo lejos, reminiscencias de lo vivido, restos de aquella experiencia?
maría moreno escribió un artículo titulado la voz y el pueblo, motivado por el encuentro entre cristina, madonna e ingrid betancourt, y cita: "mis palabras me ahogan y, como no puedo decirlas, son la pura verdad". esas palabras, imposibles de decir -y por eso mismo-, son la verdad. yo diría, más bien, que la verdad no es esas palabras, y que tampoco está en ellas, oculta, sino que la verdad es algo distinto de esas palabras que no se dicen, que no se pueden decir. porque, en definitiva, ¿quién estaría dispuesto a contar la verdad, a contar su verdad?
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