No sé ni qué decir sobre el melón que estoy comiendo. Es el más dulce que comí en mi vida, y estoy tan contento de haberlo comprado, que acabo de decidir comérmelo todo ahora. Desde el año pasado vengo esperando que baje el precio: en diciembre costaba 12 pesos y hoy lo pagué 7. Además, aprendí a reconocer un buen melón: tiene que oler: ya maduro -también pasa esto con la frutilla- larga un aroma, un aroma a melón dulce. Otra clave es dejarlo en la heladera unas horas antes de comerlo: no existe comer melón natural. Y esto lo distingue, para mi paladar, de otras frutas que no me gustan o no puedo comerlas frías: durazno, banana, pelón, manzana -que casi no me gusta en realidad-, mandarina. Hablando de esto, es interesante que así como es cualquiera comer melón natural, quienes meten la mandarina en la heladera no entienden nada.
De todos modos, si de frutas hablamos, en Bolivia nos dejan así -así- de chiquitos. Tienen mamón (o papaya, como prefieran decirle) y mango más baratos que comprar caramelos sugus en un kiosco. Y ahí sí ya no me importa nada, los como naturales y son tan ricos como los fusiles de La Viña del Abasto, aunque decir esto puede sonar como confundir peras con manzanas. Lo que me remite a mi niñez, en la que me deleitaba con mi padre comiendo pera fría con dulce de leche, mientras otras tardes, tal vez en épocas anteriores a la pera, armábamos zoológicos en el piso de mi habitación, cosa que me apasionaba tanto como llegar en estos días a casa después de sufrir el calor asqueroso del asfalto y prender el aire acondicionado. Por cierto, creo que es el mejor invento que nos ofreció el avance tecnológico.
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Olá! Henrique fazendo contato!
ResponderEliminarInteresante el tema de las frutas en la heladera o afuera.